09 diciembre, 2007

Historia predescible de final obvio

-Andá a comprarme aspirinas.- me pidió mi vieja a las 10.
Sin quejarme más que porque me tenía que poner las zapatillas salí de mi casa hacia el quiosco de acá a la vuelta. Cuando llegué le pedí las aspirinas pero, sin embargo, Miguel me respondió que estas ya no se podían vender en los quioscos y que, si quería conseguir, tenía que ir hasta la farmacia.
Bajón. La farmacia más cerca está como a seis cuadras y no tenía ganas de patear hasta allá. Cuando estaba como a dos cuadras vi que la luz del cartel de la farmacia estaba apagado, como todos los de la cuadra.
-¡La puta madre!, ¡no está de turno!- me dije en voz alta.
Así que, luego de decir esto me volví para mi casa, porque no tenía ganas de caminar al pedo.
Cuando llegué a casa e intenté prender la luz, me di cuenta de mi mala leche. ¡Estaba todo apagado porque se había cortado la luz! Ahora mi vieja mi iba a hacer volver a ir para ver si de alguna puta casualidad estaba de turno y, sino estaba, me iba hacer ir a la otra del pueblo que quedaba como a doce cuadras de mi casa, pero para el otro lado. Le conté a mi vieja y ella me dijo que no le importaba cual de las dos farmacias estaba de turno pero que le dolía el marote y quería tomarse un par de aspirinas para ver si se le pasaba y que, por ende, tenía que conseguirlas si quería salir esa noche. La verdad era que esa noche no pensaba salir pero como por lo general es un escándalo cuando quiero salir, iba a aprovechar esta oportunidad para ir y agarrarme un buen pedo. Entonces decidí ir a la que ya había ido que era la que pensé que iba a estar abierta porque, no se por qué, pero me pareció que esa iba a estar abierta.
Cuando llegué obviamente estaba cerrada (si hubiera estado abierta la historia terminaría re aburrida, llegaría a casa con las aspirinas, hubiera salido y me hubiera gastado todos mis ahorros en escabio y hubiera terminado en cana por hacer quilombo a la salida del boliche, o por lo menos eso me imaginé cuando vi esa puerta de mierda cerrada). Así que después de caminar seis cuadras, tenía que caminar como veinte más por pajero.
Empecé a caminar, ahora iluminado debido a que las luces volvían a funcionar, y después de cruzar la Avenida del Hoyo, vi un grupito de chicos. De esos que usan gorritas y chalinas. Al verlos crucé de vereda y, al toque que lo hice, ellos empezaron a cruzar todos juntos. Empecé a correr como loco, sin darme cuenta que iba para cualquier lado. Después de correr como seis cuadras haciendo zigzag me di cuenta que no estaba tan en cualquier lado y que solamente me había desviado tres cuadras.
Así que volví a mi misión aspirinetera un poco agitado. Al entrar en la farmacia, después de caminar el resto de las cuadras sin más lío, pedí las aspirinas y, cuando tenía que pagar me di cuenta que se me había caído la billetera. Putié y putié en todos los idiomas que sabía y me fui a ver si, de casualidad, la encontraba.
¡La encontré! Estaba en la esquina donde había doblado para zafar de los muchachitos esos, y estaba justo en la mano derecha de uno de ellos. Otro dilema, o me hacía el boludo y pagaba con mi plata que tenía en el bolsillo y que, dicho sea de paso, pensaba gastármela para emborracharme esa noche después de llevarle las aspirinas a mi vieja, o trataba de recuperarla haciéndome el He-Man. Elegí la primera tratando de asumir que iba a tener que gastar parte de esa plata en las malditas aspirinas. Corrí hasta la farmacia, por las dudas de que alguno de los afortunados que encontraron mi billetera me viera y pagué.
Volví al trote a casa, haciendo dos o tres cuadras de más para no cruzarme con nadie. Cuando llegué, le di las aspirinas a mi vieja y me tiré en el sillón un rato.
-¡Teléfono!- me despertó una hora después.
-¿Quién es?-
-Que sé yo, algún amigo tuyo- me dijo pasándome el tubo.
-Hola, ¿quién es?-
-Nico, che, ¿salimos?-
-Nah, no hay ganas, me parece que me tomo una aspirina y me voy a acostar porque me duele la cabeza.-

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